Javier Cercas: “La literatura es ante todo un placer, como el sexo; pero también es una forma de conocimiento, como el sexo”

Javier Cercas, uno de los tres jurados del Premio Clarín Novela de este año (los otros son Mariana Enriquez y Alberto Fuguet), es quizá el más importante de los escritores españoles de este tiempo. Su obra más conocida durante años fue Soldados de Salamina, que mereció un artículo memorable de Mario Vargas Llosa, que lo puso en el camino de la fama mundial.
Italia, Francia, Colombia, Perú, Chile, toda América Latina, el mundo cercano y el mundo en general son ahora testigos de la obra de este hombre que parece aun el muchacho que escribió aquella obra que fascinó a su amigo Vargas Llosa.
Su reciente libro sobre Francisco y quienes lo rodearon en el importante pontificado del papa argentino ha contribuido a una realidad que parece una leyenda: no hay libro de Cercas que no sea un libro altamente leído y, como se suele decir, un bestseller que va lejos de las librerías de nuestra lengua.
En esta entrevista, Cercas explica su primer gran éxito y la importante carrera que ahora lo ha llevado, también, a la Academia de la Lengua española.
–Eras un muchacho cuando te descubrió Mario Vargas Llosa, después de leer Soldados de Salamina. ¿Qué supuso ese libro para ti?
–Bueno, no era tan muchacho: tenía 39 años. Pero es verdad que Vargas Llosa me descubrió: hasta entonces había publicado un par de novelas que solo habían leído mis padres, algunas de mis hermanas (no todas: tengo muchas) y algún amigo; nunca me quejé de eso: me parecía lo normal. Pero de repente apareció Vargas Llosa, a quien personalmente yo no conocía de nada, y la armó. Cuando él escribió sobre Soldados..., la novela ya era eso que suele llamarse un succès d’estime, pero mí no me conocía nadie en el mundillo literario y los primeros espadas de la crítica española la habían mirado por encima del hombro; el espaldarazo de Vargas Llosa fue fundamental para que el libro se convirtiera en un éxito en España y fuera de España. ¿Qué cambió ese libro? Muchas cosas, entre ellas que a partir de entonces mis libros empezaron a leerse y traducirse a muchas lenguas y me convertí en lo que nunca pensé que iba a convertirme: un escritor profesional.
“La novela puede llegar adonde la historia no llega. La oscuridad, los vacíos, los silencios de la historia, sólo los puede rellenar la literatura”, decía Javier Cercas en 2015.–¿Y ese encuentro con Vargas Llosa?
–Tú asististe a él, así que puedes contarlo igual que yo… En fin, en el fondo todo esto es bastante raro: yo leía a brazo partido a Vargas Llosa desde que era un adolescente, era un escritor fundamental para mí, y de repente escribe esas cosas tan generosas y entusiastas sobre mis libros. Es raro: estas cosas no ocurren, ¿no? En fin: supongo que es la historia de un amor correspondido, que es lo mejor que te puede pasar.
–Finalmente fuiste compañero suyo en la Academia de la Lengua. ¿Qué han significado para ti esos sucesivos encuentros con el éxito?
–Todos sabemos que el éxito y el fracaso solo son dos impostores, como dice el famoso poema de Kipling. Bob Dylan también lo dice muy bien: There is no success as failure / and failure is no success at all. (En pálido español: “No hay éxito como el fracaso/ y el fracaso no es en absoluto un éxito”). Para mí el éxito consiste en escribir el mejor libro posible, un libro tan bueno que ni siquiera yo mismo imaginaba que podía escribirlo; todo lo demás es palabrería. En cuanto a lo de la Academia, sí, yo creo que fue cosa de Vargas Llosa, y del director Santiago Muñoz Machado; a mí jamás se me hubiera ocurrido postularme para la RAE, ser académico es algo que no entraba en absoluto en mis planes.
Mario Vargas Llosa en París, 2005 Foto: AFP Joel Saget
–Ahora no solo eres un escritor muy querido, en España, en Italia, en la Argentina, en cualquier parte por donde hayas andado. Si te acuerdas, uno de los versos más conocidos de Lorca reza así: A esta hora de la tarde / qué raro que me llame Federico. ¿Ahora te encuentras raro con respecto a aquel muchacho que empezaba y de pronto halló el éxito en todas sus dimensiones?
–Claro. Montaigne decía que hay tanta diferencia entre nosotros y nosotros mismos como entre nosotros y los demás. Llevaba razón: la identidad personal es una ilusión; no somos uno: somos multitud. Es absurda la idea de que yo sea la misma persona que era a los 18 años; aquel chaval y yo nos parecemos, pero no creo que seamos el mismo. Aunque, quizá, en el fondo, seamos el mismo. Esto también es raro, ¿no?
En el avión del Loco de Dios.–Ahora te requieren de la Argentina, por ejemplo vas a integrar el Jurado de Honor del Premio Clarín Novela. ¿Qué relación has ido teniendo con la Argentina?
–La Argentina, para mí, eran sus escritores. Borges, sobre todo, que es el escritor más importante de nuestra lengua desde Cervantes, o desde Quevedo: sobre todo en español, hay una literatura antes de Borges y otra después de Borges; y el escritor que no entiende esto tiene un problema. Pero también otros escritores argentinos fueron muy importantes para mí, sobre todo de joven: en particular Cortázar y Bioy. Empecé a leer a Borges a los 15 años, y todavía no he terminado de leerlo; pero Borges estuvo a punto de aplastarme como escritor: Bioy y Cortázar –escritores menores en comparación con Borges– me resultaron muy útiles para construirme como escritor. Por eso siempre les estaré agradecido.
¿La Argentina? Al principio yo venía aquí a encontrar el país de mis escritores; por supuesto, nunca lo encontré, porque los escritores no describen los países, ni siquiera los recrean: los inventan. Ahora, después de bastantes viajes, cuando ya conozco un poco la Argentina real, podría decir sobre ella lo que dijo Churchill sobre Rusia: es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma. Dicho, añadiré que cada vez que vengo aquí me siento en casa.
–Quien solo conoce España no conoce España, dijo Hugh Thomas. Es una frase tan buena que parece de Oscar Wilde; y es verdad: yo reconozco una parte de mi país cada vez que vengo a Latinoamérica. Por eso decía que en la Argentina –como en cualquier parte de Latinoamérica– me siento en casa. Por lo demás, yo no soy un escritor español: soy un escritor en español. Quiero decir que mi tradición no es solo la de Cervantes o Quevedo, sino la de Borges, Vargas Llosa, García Márquez, Rulfo, etcétera. Es decir: eso que Fuentes llamó el territorio de la Mancha. Es decir: una tradición muchísimo más rica que la de España. En este sentido me siento muy afortunado: un escritor puede ser mejor cuanto más rica es la tradición en la que se inscribe.
Javier y Francisco. –Una serie de televisión basada en una obra tuya ha formado parte del festival de San Sebastián. Esa serie se basa en una obra decisiva para conocer el devenir de España, Anatomía de un instante. Una explicación de un instante en que España se pudo haber vuelto del revés. Primero, dime cómo nació ese libro.
–Con mis libros han hecho de todo (series, películas, obras de teatro, cómic), pero yo nunca he participado en ninguna de esas adaptaciones; yo solo me dedico a escribir mis libros: con eso me basta y me sobra. En cuanto a Anatomía de un instante, nació de donde nacen casi todos mis libros: de una obsesión, de una ignorancia, de una pregunta. Simplemente, un día me pregunté por qué el 23 de febrero de 1981, al desencadenarse el último golpe militar ocurrido en España, tres tipos que tenían que haberse tirado al suelo en el hemiciclo del Congreso, porque los golpistas estaban disparando contra ellos, no se tiraron al suelo como hicieron los demás diputados.
Lo he dicho muchas veces: la literatura es ante todo un placer, como el sexo; pero también es una forma de conocimiento, como el sexo. Por eso, cuando alguien me dice que no le gusta leer, lo único que se me ocurre es darle el pésame, acompañarle en el sentimiento: es como si me dijera que no le gusta el sexo. Yo escribo para saber: porque no sé. Yo escribo para entender: porque no entiendo. De esa necesidad de entender el gesto de aquellos tres hombres surgió ese libro que en el fondo cuenta la historia de la conquista de la democracia en España.
Cara a cara en el aire.–La repercusión que tuvo marcó tu influencia en la cultura política española. ¿Cómo viste tú aquel tiempo?
–¿La Transición? Como un período complejísimo, que engendró una democracia real –pobre, frágil e imperfecta, pero real: la democracia perfecta no existe– y los 50 mejores años de la historia moderna de España. Esto no es una opinión: es un hecho.
–Estás entre los más influyentes de los escritores españoles, querido y escuchado en América Latina y en otros territorios. Cuando te pones a escribir, ¿tienes constancia de esa repercusión que has alcanzado?
–Cuando escribo solo intento satisfacer al único lector que conozco de verdad: yo mismo. Créeme: es un tipo muy exigente.
Javier Cercas en Buenos Aires.
Foto: Ariel Grinberg–La verdad es que cuando te hago preguntas siento que eres, además, el que más rápido responde, el que asimila en seguida la tarea del periodista al que responde. ¿Cómo ves tú ahora este oficio que en cierto modo tú también has ejercido?
–No soy periodista. El periodismo es algo demasiado serio para que yo me considere periodista; por eso, cada vez que me dan un premio de periodismo, digo que me siento un impostor. No es humildad. Es cierto que desde hace veinticinco años publico un artículo cada dos semanas en El País, pero eso no es ser periodista: eso es solo escribir en los periódicos. ¿Cómo veo el periodismo? Pura y simplemente: hoy me parece más necesario que nunca, no porque hoy se cuenten más mentiras que nunca –aunque a menudo tengamos esa impresión–, sino porque la mentira tiene mayor poder de difusión que nunca; y sabemos desde el Evangelio que la verdad crea mujeres y hombres libres, lo cual significa que la mentira crea esclavos. Por eso, aunque el periodismo es más necesario que nunca, también es más difícil que nunca: porque ya no basta con contar la verdad; además, hay que desmentir las mentiras. Esta batalla es tarea de todos, pero los periodistas estáis en la primera línea de combate.
El loco de Dios en el fin del mundo
Javier Cercas
Editorial Random House
486 págs.
–En realidad, tu libro sobre el papa Francisco fue también un enorme reportaje. ¿Qué huella te dejó?
–Es un reportaje. Es una crónica. Es un ensayo. Es una biografía de Bergoglio, o de ensayo biográfico. Es una autobiografía. Es un tratado de teología escrito por un ateo. Y es algunas cosas más. Pero al final es una novela; una novela sin ficción, porque en el libro no hay nada inventado, pero es una novela, porque la novela tiene la capacidad de integrar todos los demás géneros, y de trascenderlos. Así la inventó Cervantes y así intento practicarla yo. ¿Qué huella me dejó? Inmensa. Este libro me cambió la vida; claro que un libro que no te cambia la vida no puede ser un buen libro, porque no puede aspirar a cambiar la vida del lector, que al fin y al cabo es de lo que se trata. Un libro es una aventura, y una aventura que no te cambia no es una aventura. La literatura, te lo decía antes, es placer, pero también es conocimiento, y el conocimiento que no te cambia no es conocimiento. ¿Cómo me cambió el libro? La respuesta es el propio libro.
–Escribir es también una forma de confesión. ¿Qué asunto, contemporáneo, personal, ajeno, se te resiste a salir de tu pasión por contar?
–El que estoy intentando contar ahora, y por eso lo estoy intentando contar. Un libro que no se resiste a ser escrito no puede ser un buen libro. Lo que hace buena la literatura es la resistencia que ofrece al escritor. Lo más opuesto a la buena literatura es la facilidad. Cuando algo me sale con facilidad, lo abandono de inmediato: significa que el asunto es un asunto trillado, que ando por terreno conocido, que lo que estoy haciendo ya lo he hecho y corro el riesgo de repetirme, de convertirme en una caricatura de mí mismo. ¡Vade retro, Satanás!
–Por cierto, Javier, ¿qué te parece ahora este papa?
–A juzgar por lo visto hasta ahora, y si se le compara con Bergoglio, el fondo es el mismo, pero la forma es distinta. Para la Iglesia católica, Bergoglio fue un papa muy perturbador, muy disruptivo, y León XIV ha venido a calmar las aguas. Veremos.
El Papa León XIV recibiendo a los delegados de la Organización de Universidades Católicas de America Latina y el Caribe, el 31 de octubre de 2025.
Foto: EFE/EPA/VATICAN MEDIA –El papa argentino te esperó hasta hacerte partícipe de un encargo para tu madre. Tus padres, tus parientes, siempre están presentes en tu relación con la escritura. Has escrito ficción, pero siempre está apuntando, en todo lo que haces, la realidad. ¿Qué te preocupa más de todo lo que pasa ?
–Políticamente, la oleada de autoritarismo que recorre el mundo desde la crisis brutal de 2008 y que solo es comparable a la oleada de autoritarismo que recorrió el mundo tras la crisis brutal de 1929. Esperemos que no termine del mismo modo.
–Estamos viviendo ahora en vilo ante las ocurrencias de Trump. ¿A ti qué te parece esta figura que domina el mundo?
–Su presencia es omnímoda es, por así decirlo, un gran entrometido en los avatares del mundo. ¿Qué impresión personal te causa su figura?
–Javier, ¿te preocupa este momento como un tiempo que pudiera ser peligroso también para tus hijos, para tus nietos, para tu país?
–Por supuesto. Pertenezco a la primera generación de europeos que no ha conocido una guerra en Europa, al menos una guerra entre las grandes potencias: la de la ex Yugoslavia fue al fin y al cabo una guerra local; espantosa, pero local. La primera generación: mi padre conoció la guerra, mi abuelo hizo la guerra, mi bisabuelo y mi tatarabuelo hicieron la guerra… Pero ahora volvemos a tener una guerra en suelo europeo, y un tipo en Rusia que quiere acabar con la Unión Europea y que quiere reconstruir el Imperio soviético, o el de los zares. Putin no quiere una Europa unida; Trump tampoco.
El ataque con misiles que alcanzó el edificio de la Sra. Osintseva formó parte de uno de los bombardeos más mortíferos que ha sufrido la capital ucraniana durante los tres años de guerra.Pero Europa es la única utopía razonable que hemos inventado los europeos; utopía no en el sentido etimológico de la palabra –“No hay tal lugar”, traducía Quevedo–, sino en el sentido, hoy mucho más popular, de proyecto político deseable, ideal. Y eso es lo que ha demostrado ser la unión de Europa: el único proyecto político capaz de preservar la paz, la prosperidad y la democracia en el continente, además de su relevancia internacional. Esto es una evidencia. El problema es que no basta con la Europa confederal que tenemos; necesitamos una Europa unida de verdad, una Europa federal, capaz de combinar la unidad política con la diversidad lingüística y cultural. Ese es para mí el gran desafío que tenemos los europeos por delante.
–Eres ahora un gran periodista cuyas crónicas son, además, relatos de lo que sucede en tu país. ¿Cómo ves este país?
–Peor que algunos y mejor que muchos.
–Has escrito verdaderos desafíos acerca del gobierno español, y de su presidente, Pedro Sánchez. ¿Está en peligro nuestra democracia?
–La democracia siempre está en peligro. Me pillas muy dylaniano, así que volveré a citar a Dylan: “Quien no está ocupado en nacer está ocupado en morir”. La democracia es igual: o mejora o empeora a diario. Y llevamos muchos años, en España –en toda Europa, en realidad–, permitiendo que empeore. Esto es un problema, sobre todo en medio de la ola de autoritarismo que, como te decía, recorre el mundo. A finales del siglo XX, tras la caída del Muro, se pensó que la democracia iba a imponerse en el mundo, que ya era the only game in town: a eso lo llamó Francis Fukuyama el fin de la historia. Pero el propio Fukuyama reconoce que se equivocó, y es evidente que la democracia está ahora mismo en retirada en muchos sitios, empezando por EE.UU.. Pero la única solución a la crisis de la democracia es más democracia; es decir: más participación de los ciudadanos en la cosa pública (democracia significa etimológicamente “poder del pueblo”).
En cuanto a Sánchez, yo soy un puñetero socialdemócrata, así que le he votado dos veces, pero no creo que ningún presidente democrático siguiera siendo presidente con su mano derecha en la cárcel y con su hermano, su mujer y su antigua mano derecha imputados por un juez (además del Fiscal General del Estado, nombrado por el Gobierno), así que yo le he pedido en un artículo que dimitiera y dejara la presidencia a otro miembro de su partido. Por supuesto, no me hizo caso.
–¿Y cómo ves la actitud de los que se oponen a Sánchez, empezando por el líder de la oposición, Feijóo?
–Tienen razón en algunas cosas, pero les pierde la hipérbole.
El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, participa en un evento titulado 'Democracia Siempre' en Nueva York. Foto: EFE/ Alberto Boal–Pregunto para un medio argentino: ¿Cómo has ido viendo tú la situación de este país en manos de un personaje político tan peculiar como el actual presidente?
–Ya te he dicho que soy partidario del socialismo democrático. Sobre todo, por una razón elemental, y es que años de políticas socialdemócratas han creado en el norte de Europa las sociedades más prósperas, libres e igualitarias del mundo, si no de la historia; eso es lo que yo quiero para mi país: una Noruega con sol y tapas (e integrada en una Europa federal, claro está). Dicho esto, entenderás que no me guste mucho Milei ni lo que Milei representa. Pero tampoco me gusta la gente que opina por opinar, y, aunque sigo lo que ocurre en la Argentina, no voy a ir a la Argentina a decirles a los argentinos lo que pasa en su país.
–¿Y la Argentina? ¿La Argentina de Borges?
–Que yo sepa, el mejor titular de la historia del periodismo es el que dio en primera página un periódico gratuito colombiano al día siguiente de la elección de Bergoglio como papa (tras aquel discurso célebre en el que el nuevo pontífice dijo que los cardenales le habían ido a buscar “casi al fin del mundo”). Decía así: “Argentino, pero modesto”. Eso es lo mejor que se puede ser; es decir: lo mejor que se puede ser es Borges (no Bergoglio, que fue amigo de Borges, pero, digamos la verdad, tampoco fue tan modesto).
–Antes te pregunté por tu propio periodismo. ¿Y el periodismo? Ves la televisión, lees los periódicos, participas en ellos. ¿Cómo percibís la raíz o el posible derrumbe de este oficio en el que participas?
–Lo dije antes: me parece que hoy el periodismo es más necesario que nunca. El bueno, sobra decirlo: no hay nada mejor que un buen periodista ni nada peor que un mal periodista.
–A lo largo del tiempo te he visto crecer, en todos los sentidos. Pero debo decir que siempre me ha parecido que mantienes una saludable relación con la adolescencia. ¿O me equivoco?
–La adolescencia me parece la peor edad de la vida, pero también la mejor. No sé si me explico.
–Javier, dime la pregunta que no te he hecho.
–Imposible: me las has hecho todas.
Clarin



